
Por Marco Zorzoli
Todos pasan. Algunos con más trascendencia. Otros con la importancia de no haber estado. Ninguno queda exento porque al atravesar los distintos estados el ánimo queda contaminado. Como si uno no fuese el mismo después de pasar por allí. Antes y después. Palpamos la locura que hoy apreciamos como tal. Es complejo tratar de explicar que durante días la vida y la muerte fueron meros condimentos de la parafernalia patriótica. Un espectáculo montado sobre el fuego que tuvo como escenario principal a la televisión. El medio de comunicación que aún atravesaba la edad de la inocencia. Allí se sentaron las bases de una de las últimas experiencias conductistas que retrata de forma minuciosa «1982», el documental de Lucas Gallo que fue estrenado en el Festival de Mar del Plata en 2020 y puede verse en Cinear.
El largometraje presenta una construcción cronológica a través del material de archivo de lo que fue la programación propagandística de ATC con «60 minutos», el característico noticioso conducido por Gómez Fuentes y el teletón de 24 horas ideado por Cacho Fontana y Pinky. Ambos con mensajes potentes y triunfalistas, también con dos estilos distintos. Mientras uno tenía informes diarios exclusivos desde las islas con su enviado especial; el otro tenía el encanto de dos de las figuras más preponderantes de la época junto al tinte de emotividad y un mensaje triturado alentando la colaboración a la causa. La solemnidad y la emoción. Sin escalas, aunados por la siempre ultrajada Patria.
El alcance hacia los extremos era la cualidad principal. Sin embargo, el componente frívolo era lo que hacía falta para reforzar el recado. Las asistencias de celebridades al living del programa maratónico frente a una tribuna cautivada que sentía a la guerra como suya dejaron las imágenes que aún permanecen. Están ahí y son incómodas. La población ya se encontraba inmersa y la manta tendida sobre ellos, el frío era cuestión de tiempo. El que estaba a punto de sentirlo era el plantel de la selección nacional que estaba concentrada desde hace meses para disputar el Mundial en España. Al programa que recaudaba fondos también asistieron los referentes del combinado de Menotti: Ardiles, Passarella, Hernández y Maradona. El pibe sensación anunciaba la donación de $100.000.000 y su representante en aquel entonces, Cyterszpiler, le entregaba el cheque firmado por Diego en las manos a Cacho Fontana que abría el sobre y confirmaba lo dicho en una puesta en escena un tanto embarazosa. Comparable con el alegato enardecido de Pinky que de repente al escuchar un comentario desde Londres perdió la compostura y fue directo contra la BBC. Televisión verdad, la cosa sana.
Justamente el medio público inglés se planteó su rol durante la guerra ante las presiones de Thatcher. Los enfrentamientos eran previos y la cobertura del combate catalogando «las tropas británicas» plantando cierta distancia con respecto a la utilización que también tomaba la primer ministro. Eso le valió el linchamiento mediático por los diarios sensacionalistas y un recorte del presupuesto. Porque Thatcher era la dama de hierro, reprimía obreros como deporte y estaba en su apogeo pero los contextos eran disímiles. El mismo paralelismo se puede trazar con la reflexión que hizo el periodista brasileño Juca Kfouri en cuanto a las posibilidades que tenía Pelé para enfrentar a la dictadura de Medici comparándolo con Muhammad Ali. Manifestando que el boxeador estadounidense, un comprometido activista contra el racismo, sabía que no sería secuestrado mientras que el astro brasileño no tenía garantías de eso. Sin ánimo de justificar actitudes condescendientes ni considerar a los hechos mencionados como transgresiones módicas es pertinente atinar que los entornos colaboraron a la formación de dichas figuras o en este caso, a la ambientación del frenesí guerrero.
Siempre me interesó ver de una buena vez por todas cómo afrontaron los medios el momento de dar malas noticias -léase verdad-. No eran tiempos de cancelaciones ni de dar muchas explicaciones, el poder seguía intacto. Los intérpretes pasaron y su ocaso fue progresivo. Tal vez genuinamente se identificaron con la causa o se sintieron cómodos en su rol de agitadores. Nunca lo sabremos. Si que se subieron al tren de la locura del país frustrado que proyectó en esa empresa inconmensurable la idea de apartarse para siempre. De los demás, de los problemas.
Pero el gélido invierno fue inexorable y la manta, demasiado corta. La agonía del sueño bélico y un experimento comunicacional exitoso. El defecto del consenso masivo. Ellos o nosotros. La oportunidad del despegue inimaginable, y también de pegarse un porrazo de novela. Todo o nada. El dislate fue tal que en el documental, en la transición del entusiasmo post ocupación de las islas, la selección jugó un amistoso en cancha de River contra la URSS y el informe de Macaya Márquez no dejaba pasar por alto la ovación ensordecedora hacia una banda militar. Fuimos Susana Rinaldi cantando el himno en el teletón con una ronda de militares y sus ametralladoras por detrás. La imagen del documental que condensa la bravura maniatando algo tan bello. Postales de la Argentina mecánica.