Pensar-nos

POR MARCO ZORZOLI

Después de todo gran desastre, llegan las horas del éxito. No puede existir nada peor que lo anterior. Entre el incierto momento vivido y el caos ocasionado por tal motivo que no vendría al caso, se convierte lo sucesivo -a pesar de todo- en confianza. Increíblemente esto pasó de ser un proceso lógico a nivel social y político, a una cualidad que ostentamos los seres humanos. Parecemos estar diseñados para esperar inevitablemente algo mucho mejor.

Al encontrarse en tal estado de derrota, el devenir suele cumplir las expectativas. Obviamente, después de un 0-4 nada de lo que depare nuestro futuro podría equipararse a aquello. Y es ahí cuando aparece el adocenamiento. Virus contagioso que ronda especialmente en legislaturas y despachos. Si para muchos la pandemia es la inseguridad, o la quema indiscriminada o si convivimos casualmente en una «infectadura»; me podía dar el gusto de rehacer estos juegos de palabras tan recientes como superficiales. En síntesis, la luz al final del túnel que anhelamos desde el 20 de marzo al parecer era esto.

La sensación es que esa ilusión o la sencilla conclusión a los acontecimientos resulta ser en relación a las características morales y culturales de los que habitan determinado pedazo de tierra. Claramente no es el preciso momento, pero insisto en que debe llegar ese instante en el que nos preguntemos ¿Qué grado de responsabilidad tenemos?

De ninguna manera será una solución a los problemas de todos los días, hasta carece de imperiosidad. Tampoco es una salvedad a los verdaderos encargados de resolver los problemas, pero simplemente se trata de algo a lo que fuimos propensos en este encierro eterno, pensar.

Pensar el futuro, pensar las desgracias, pensar en soledad, pensar el país, en fin, pensarnos. El gran interrogante sigue siendo el para qué. ¿Para qué aguantamos estar encerrados en nuestras casas todos estos meses? ¿Para qué uso el barbijo? ¿Para qué mantuve cerrado el negocio? Todas preguntas cargadas de desazón y varias de ellas en detrimento de lo que hace o no el otro.

El egocentrismo se ha despertado con esta pandemia a base de elucubraciones que son los sostenes de barbaridades cometidas por gente como uno. Marchas y más marchas. Disparatadas y coherentes. Bien argentinas en realidad. Quizá lo más triste de estos hechos fue prácticamente el pisoteo que se hizo al significado de propiedad privada ligada a un supuesto peligro.

El corrimiento hacia un pensamiento con actitudes que rodean a cada persona ha contribuido a la riesgosa subestimación. Ciudades con resultados exitosos se plagaron de termos y treintañeros, valga la redundancia, en parques y plazas sobreactuando la liberación de sus casas y sus familias, o tal vez sus miedos. Suena lamentable, pero la imposibilidad de disfrutar tiempo en un hogar se puede atribuir a la constante proliferación de actividades inútiles, que solo están ahí para aprovechar el tiempo y tornarlo más «productivo». Ni la palabra oculta las reales intenciones económicas.

Todo lo enumerado anteriormente condensa responsabilidades, que gracias a nuestra doble vara no queremos relucir cuando escuchamos las medidas antipáticas que se tienen que tomar en voces de los dirigentes, a quiénes preferimos insultar. Realidad de un país en un constante bucle temporal.

Casi que involuntariamente dejamos de escuchar las posiciones optimistas al comienzo de la pandemia sobre una salida solidaria y rejuvenecida de nuestra sociedad. Quedan destellos del retrato de marzo a nivel político, social y económico. Cuando parecía que no pasaba nada, de repente la calma se volvió a fracturar en un país que se devora a si mismo regularmente. Los diálogos transversales se dinamitaron y la fractura social modifica la agenda a su antojo. Y la memoria selectiva inaguantable de aquellos que quizá deberían esperar un año para volver a opinar.

El agujero se hace más recóndito y la luz es apenas un centelleo que nos abruma, al no dejar de pensar en lo que representa.

«Sospecho que los humanos son los únicos animales que conocen la inevitabilidad de su propia muerte. Otros animales viven en el presente, lo humanos no pueden. Por eso inventaron la esperanza». Parece haberlo dicho el inventor de este loop/trampa llamado Argentina, pero no, fue Charlie Kaufman en su reciente película estrenada hace una semana.

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