
Cuando la calma se interrumpe
Por Marco Zorzoli
De qué está hecha una cosa es la síntesis exacta por la que elaboramos las pistas hacia un desguace. Los cimientos de una estructura tienen la dureza que destruye postulados superadores y que carecen de un prontuario. El derecho de piso. Pocas veces se produce un cambio de un día para el otro. Hasta que el cumulo de situaciones atropella la ilusoria calma que acaba siendo aturdida en estos tiempos de estadios vacíos.
El ambiente atesora la perversidad de un círculo vicioso compuesto por los diferentes actores que hacen rodar el negocio. A pesar de la responsabilidad distribuida casi en partes iguales, los jugadores suelen tener una duración limitada de los beneficios que acarrea la travesía por el profesionalismo. Porque sería injusto considerar ingrata a una profesión pero la sensación de asimilar el final en tan poco tiempo obliga a una reconstrucción que se pospone, en otras vidas, para más adelante. El camino frenético hacia el ocaso. En general son 15 años, con un lustro de apogeo en el mejor de los casos, y después la reinvención. La búsqueda de otra utilidad tras años de múltiples mudanzas y placeres mundanos aplazados.
El caso de Santiago «Morro» García retrata la paradoja del ídolo y junto a ella una insoportable contradicción, que es la de tener a cientos de personas encolumnadas detrás de la figura del goleador letal que exporta un carisma transversal en el fútbol argentino y sentirse irremediablemente abducido por la soledad. Para los racionales, García tenía los antecedentes que desembocarían en una actitud semejante. Un doping positivo en Brasil, los incumplimientos en cuanto al peso que exige la alta competencia, la turbulenta relación con el presidente de Godoy Cruz, sentirse atrapado en el club que siempre eligió cuando en su momento fue el mejor jugador del fútbol argentino y en consecuencia era requerido por todos los clubes y también significaba el anhelo de cada hincha. Las explicaciones nadaban por allí. Sin embargo, el reduccionismo lógico que permite salvaguardar las culpas ante una situación que incomoda y sacude las bases queda expuesto, y además eleva a la superficie la toxicidad que circunda al ambiente del fútbol.
Puede que haya o no razones concretas. Puede que existan culpables. Una determinación tan íntima supone explicaciones que claramente no comprenden a un pedido de ayuda que nunca se iba a materializar debido a la imposibilidad de acudir en el estado de inmovilidad emocional. El señalamiento a algo o alguien como justificación de todo es el artilugio moderno para eludir responsabilidades que claramente no concierne a todos, pero que por lo menos interpela a aquellos que mantenemos una relación estrecha con el fútbol desde los diferentes roles. Lo extraño, lo desconocido, lo reprimido, lo que pone de manifiesto nuestras incapacidades y cargas; a eso lo miramos con lejanía y elusión. Se pone en práctica reluciendo declaraciones de Oscar Ruggeri hace algunos años despotricando con ese tono de bar y cancherismo extremo al psicoanálisis. Ruggeri piensa como cualquier señor que no terminó la secundaria y mantiene ideales vetustos. La responsabilidad aquí, si es que estamos buscando alguna, es del que le otorga el lugar y el espacio en los medios de comunicación para que diga algunas barbaridades aprovechándose de su histrionismo y del punto de rating que pueda generar. A pesar de eso, el ensañamiento es injusto y carece de sentido ya que el propio Ruggeri tuvo que pasar un hecho trágico similar.
En el año 2000 un zurdo habilidoso al que se animaban a comparar con Fernando Redondo se lucía en San Lorenzo. Aunque detrás de la sonrisa pueril en cada festejo de gol se presentaba un tormento que lo fue carcomiendo hasta que a los 21 años dijo basta en un hecho que marcó para siempre al fútbol argentino. Un interés frustrado desde el Real Madrid, la lesión de ligamentos cruzados y una paternidad que no fue. La última situación fue desoladora, además por la seguridad que tenía antes de hacerse el ADN, y quizás fue también la gota que colmó el vaso. «Lo más grave que nosotros, como familia, considerábamos que podía llegar a hacer era dejar el fútbol. El ambiente del fútbol es muy machista, y venía de recibir un golpe tremendo con la confirmación de que el chico no era de él», contó Martín Saric, hermano de Mirko, sobre lo que pudieran llegar a decirle o gritarle en una cancha.
La debilidad que implicaba haber pasado por un engaño que es considerado «humillante» era lo que más temía la familia de Saric. Porque en el fútbol sucede así. Hay un desprecio por parte de los hinchas maquillado en cargadas y llevado a cabo por los risueños cantitos, que abarcan la homofobia sofocada con ingenio y cultura popular. En ningún otro lugar se ponderó tanto el rol activo y pasivo de una relación sexual. «Es interesante destacar que los homosexuales son aquellos que se dejan humillar o que no defienden con suficiente energía su identidad masculina. Los vejadores son los hombres de verdad, que no se consideran a sí mismos homosexuales», decía Eduardo Archetti, sociólogo argentino en su estudio sobre la masculinidad en el fútbol. Mientras que la otra condena llega solapada, es interna, y por supuesto es más cruel. De nuevo, ante lo inexplorado, la indiferencia. Y ese es el punto donde languidece la carrera de un futbolista que optó por el camino diferente al de sus pares. Que con decoro y cautela siguen edificando las bases de un entorno rancio, que parece no tener fecha de vencimiento porque se retroalimenta todo el tiempo. No es necesario poner un aviso o declarar como en un momento hizo Passarella, que no aceptaba homosexuales en su equipo. Todo pasa en el vestuario, lugar en el que se habla de todo y a la vez de nada.
La trágica historia de Justin Fashanu apenas deja entrever un legado. Delantero estrella que supo destacarse muy joven en el Norwich y tuvo su pico cuando ingresó en la historia al ser el primer jugador negro en ser transferido por un millón de libras. La caída fue abrupta, con bajos rendimientos, una grave lesión en la rodilla y frecuentando bares gays. Hasta que llegó la confesión que fue tapa del diario The Sun y sacudió al fútbol inglés. Su carrera, que ya se encontraba en descenso, no repuntó pese a la aparición mediática sino todo lo contrario. Nunca pudo reinsertarse en el fútbol grande pero no se resignaba al retiro. Igualmente pareció haber encontrado una cierta comodidad como entrenador en un equipo menor de Estados Unidos, pero la tranquilidad se acabó cuando un chico de 17 años lo acusó por abuso sexual. Escapó hacia Inglaterra y dos meses después, a sus 37 años, fue hallado ahorcado en un garaje. Nació el 19 de febrero de 1961, de esta manera en esa fecha se celebra el Día Internacional contra la Homofobia en el Deporte.
Salud mental, discriminación e ignorancia. Cuestiones en las que el fútbol debe brindar fundamentaciones certeras. El tiempo no será la solución mágica que tantos pretenden instalar ya que apenas se anima a pequeñas reivindicaciones. Del éxito a la intrascendencia el sendero es sinuoso y en el sentido contrario el repentino ascenso tiende a ser fugaz y despiadado. Daniel Vega, que jugará por primera vez en su vida en la primera división relató su experiencia reciente: «Necesité ayuda de un profesional. Uno piensa que puede salir solo y con el tiempo te das cuenta que no. Hace 10 días no me llamaba nadie y después de ascender no para de sonar el teléfono. Eso hay que trabajarlo».
Después de la muerte del «Morro» hemos visto en muchos sitios la estadística que indica la cantidad de futbolistas que sufren depresión. Y lo que llama la atención es la necedad con la que el fútbol se «opone» de alguna forma a la asistencia; basta con observar los clubes que cuentan con el acompañamiento psicológico en su plantel de primera división (6). Pero lo que tal vez no se comprende es la irracionalidad que presentan las arcas que manejan el negocio. El fútbol inglés hizo un reclamo ante la FIFA por la gran cantidad de ex futbolistas del seleccionado campeón del mundo en 1966 que sufren algún tipo de demencia. Un problema que es identificado como ETC (encefalopatía traumática crónica) y que se produce por golpes no demasiado fuertes pero constantes, por eso se lo relaciona con el impacto de la cabeza con el balón, y que la máxima entidad aún no ha profundizado ni mucho menos tomado cartas en el asunto. Ante la dubitación por parte de la FIFA, en Estados Unidos se prohibieron los cabezazos en las categorías menores de 13 años. Si la pelota da en la cabeza de un jugador se sanciona tiro libre indirecto. Es una experiencia que han atravesado los chicos que conforman el seleccionado de la Asociación Rosarina de Fútbol y que viajaron para disputar un torneo en Orlando.
Hay un saboteo incoherente que producen sobre el recurso humano que sigue haciendo girar la rueda de la fortuna. El desperdicio que implicaría ir al psicólogo está en las bases, por lo tanto se eleva y se esparce implícitamente en el entorno. Allí recae entonces la obligación de una retórica que indique el cambio. El verdadero cambio. Porque la pelota seguirá rodando, cada vez con más partidos y exigencias. Es el fútbol femenino, que toma preponderancia en estos días, el que tendrá el empuje para conseguir el respeto que se merece, y quizás aspirar a igualar simplemente los contratos de los varones, que tácitamente permanecen prisioneros de los billetes.