LA PEREGRINACIÓN DE FE HACIA SAN NICOLÁS

Ver en una templada tarde de sábado, esa procesión de fe, con hombres y mujeres de todas las edades caminando más de sesenta kilómetros hasta San Nicolás, en honor a la Virgen, es un cuadro conmovedor, es como poder visualizar una primavera del alma y ver como los espíritus florecen en esa marcha que se carga de sentimiento.
Una marea humana avanza con un propósito que trasciende lo terrenal. Hombres, mujeres, jóvenes y ancianos, algunos con pasos firmes, otros con la ayuda de bastones o el apoyo de seres queridos, caminan en silencio o en oración, unidos por una fe que les impulsa a recorrer el largo camino en honor a la Virgen.
Es una marcha de agradecimiento y de súplica. Algunos llevan consigo imágenes de la Virgen, otras personas portan velas encendidas que simbolizan la luz de la esperanza en medio del camino. El aire está impregnado del murmullo de plegarias, del canto de himnos religiosos, del susurro de promesas hechas en el silencio del corazón.
Y este escriba se pregunta ¿Por qué lo hacen? Para muchos, es un acto de gratitud por las gracias recibidas: un familiar sano después de una enfermedad, un empleo encontrado en tiempos difíciles, un hijo que regresó a casa. Para otros, es un clamor por aquello que anhelan: la sanación de un ser querido, paz en tiempos de angustia, fortaleza para enfrentar desafíos. La fe les mueve a dejar atrás comodidades, a soportar el cansancio de los pies y la sed del camino, porque creen que, en San Nicolás, ante la imagen venerada de la Virgen, encontrarán la respuesta a sus plegarias.
Imagino dentro de ellos, corazones llenos de esperanza, mentes enfocadas en la oración, almas que se sienten acompañadas por algo mayor que ellas mismas. Algunos reviven en su memoria momentos de dolor superados, milagros percibidos, promesas hechas en la intimidad de su fe. Otros sienten el peso de sus peticiones, la urgencia de sus necesidades, pero también la certeza de que no están solos en su caminar.
El paisaje cambia a medida que avanzan: campos verdes, barrios suburbanos, el rumor del río Paraná al acercarse a San Nicolás. Pero lo que no cambia es el ritmo de sus pasos, el ritmo de sus corazones latiendo al unísono con la devoción. Al llegar a destino, seguramente recibirán un abrazo espiritual, y hallaran un espacio donde depositaran sus súplicas, sus lágrimas, sus velas encendidas.
Es un acto colectivo de fe, pero también profundamente personal. Cada peregrino lleva su propio motivo, su propia historia de búsqueda y encuentro con lo divino. La marcha hacia San Nicolás es un testimonio de que, para ellos, la fe es un camino que vale la pena recorrer, un viaje que les conecta con algo sagrado, algo que les da sentido y esperanza.
La procesión no es solo un desplazamiento físico; es un viaje del espíritu. Y cuando finalmente lleguen, con el cansancio y la emoción reflejados en sus rostros, muchos sabrán que han cumplido un acto de amor, un acto de fe que les dejará renovados, con el corazón lleno de una convicción: la Virgen los escucha.

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