Pensando en el final

Por Marco Zorzoli

Salir de la melancolía. Ese estado que parece sin escapatoria y en el que podemos experimentar el anegamiento tan particular que obligó a todo un país a vivir de una manera diferente a la que estaba acostumbrada. Es probable que no podamos salir porque no queremos dejar de recordar aquella normalidad que transitábamos tan bien, que nos hacía sentir mejor. No hay peor nostalgia que recordar lo que nunca jamás sucedió. Y tal vez lo más valioso que causan estos momentos de incertidumbre y desazón colectiva es la posibilidad de cuestionar lo que aparentemente se encontraba establecido. La pregunta es entonces: ¿Por qué añoramos eso? Eso que también es nada.

Puede ser una respuesta inmediata la que concluye el párrafo anterior, pero se trata de una simplificación que retrata de alguna manera lo vivido antes de que un virus nos agarre a todos desprevenidos y preocupados por lo que en ese entonces no era nada. Es allí donde se monta el gran contraste que produjo la pandemia. En los primeros instantes de subestimación donde pensábamos en nada. Sería lógico que hayamos adoptado esa conducta teniendo en cuenta la magnitud que alcanzó a tener el hecho, sin embargo lo que sorprende con más de la mitad del partido jugado es la persistencia de las ideas negacionistas. Será el verano y el calor agobiante, no lo sabemos.

Pensar en nada aún tiene su cuota de candidez que ofrece controlar los estímulos más descabellados que se convierten en conceptos. Lejos de darle entidad a las teorías conspirativas que tanto daño han hecho, lo que se puede decir es que eran inevitables. La población las necesitaba. Es más satisfactorio promover algo que nos da la razón. Las teorías conspirativas funcionan más por su enorme capacidad de dar coherencia a los prejuicios que por su valor de verdad. Es más sencillo atar cabos. Resulta cómodo pensar en algo que solo se le puede ocurrir a uno, por más inverosímil que sea, que recordar datos, estadísticas o ejemplos demostrativos. Necesitamos historias hollywoodenses, que involucren a Bill Gates comandando un nuevo orden mundial y a una vacuna comunista, no necesitamos la verdad soporífera y predecible.

A contrapunto de todo esto, los medios de comunicación atravesaron su propia conversión abrazándose a un lenguaje científico que se reflejó de manera inexorable en el resto de la sociedad. Es decir, con la proliferación de explicaciones desatinadas se fueron instalando los términos que usa un infectólogo. Y de estos mismos se fue llenando la pantalla, algunos más sensatos que otros que auguraron por sus treinta segundos de fama. De repente cualquiera que se encontrara hablando con un móvil de televisión formaba parte del grupo de especialistas que aconsejaba al presidente. Hasta que progresivamente sus voces se atenuaron. Los medios masivos podían prescindir de los especialistas: con el protagonismo de los panelistas. Se percibió el hartazgo y de esta manera comenzó la legitimación.

Claramente la forma de comunicar de un gobierno a contramano de las percepciones y de un presidente a merced de los periodistas, contribuyeron a la decepción. Kirchner llevaba su frase insignia a todos lados: «Miren lo que hago y no lo que digo». Como una especie de sentencia sobre este gobierno terminó pasando lo que el referente político de Alberto decía y al mismo tiempo también mencionaba una característica central del movimiento que impactaría de lleno en cada hogar argentino. De la misma manera que llegaban las explicaciones del presidente por los desajustes que se daban entre lo que decía una carta sobre sus ministros y el silencio torpe que se mantenía por los hechos ocurridos en Venezuela. Alberto lo dijo pero no lo hizo. Un ejemplo claro es el impuesto a las grandes fortunas que llegó desgastado, a destiempo y cuando la recaudación ya era irrisoria.

La falta de periodismo científico y la necesidad de una política comunicacional más profesional y transparente por parte del gobierno armaron un combo mortal de noticias falsas la última semana. Hicieron sonar la alarma con ridiculeces como la creación de un Ministerio de la Menstruación que seguramente tuvo vía libre en el sistema de mensajería más popular. Y la más grave tal vez, la supuesta declaración de Putin que no recomendaba la vacuna Sputnik V a mayores de 60 años. Notas insólitas que proyectaron la desconfianza por una vacuna que desde que fue anunciada, en el imaginario de la sociedad está floja de papeles, es cualquier cosa lo que se compró y no está bajo la aprobación del Dipy. Pero si tiene el visto bueno de la comunidad científica y la ANMAT. Conclusiones.

Generar el descenso a ese nivel del debate público por parte de medios oficiales, que sostenían que ni Alberto se iba a poder vacunar, debería obligar a reconsiderar el rol de los medios. Putin había dicho que no se vacunó porque los resultados de los ensayos clínicos todavía no estaban y que respetaba los procedimientos correspondientes. No más que eso. El descalabro en materia de comunicación proviene de las contradicciones o el silencio, y estos extremos fueron grandes complicaciones en el primer año de Alberto. El año que no despegó ni construyó un liderazgo potente y urgente para la verticalidad característica del peronismo.

Pensando en el final podremos describir esta travesía como la estadía en una ciénaga. La misma en la que se encontraba aquella clase media post menemismo que retrata la homónima película de Lucrecia Martel. Todos iguales, sin jerarquías y estancados. El tiempo trastocado con acciones repetitivas y rutinarias, de aglomeraciones y desórdenes, y con la tragedia sobrevolando la atmósfera.

Como un guión cinematográfico de Shyamalan, el año se va con un giro inesperado. El 76% de los argentinos está dispuesto a vacunarse contra el Covid-19 mientras que en Francia más de la mitad ofrece reticencias a recibir la vacuna que enfrenta al coronavirus. El logro cultural y educativo que esperábamos ante tanto progreso material del otro lado. Argentina se encuentra dentro del reducido grupo de países que comenzaron a vacunar. Y como si fuera poco nos enteramos que la última firma de este impredecible guión la tuvo Pichetto hace dos años cerrando otro debate maratónico en el Senado horas antes de que comience el Mundial de Rusia, acaso la primera nación (URSS en 1920) en legalizar el aborto: «Más temprano que tarde, en un día más luminoso que este día gris y de lluvia, las mujeres van a tener la respuesta que necesitan”. Vaya si la tuvieron, había que aguardar por el final para que salga el sol.

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