El malabarista

Por Marco Zorzoli

La improvisación y sus virtudes. Gente de frente con las mejores intenciones ocupándose de cuestiones. La espontaneidad al descubierto para que la puedan apreciar los beneficiados y los que están de paso. A veces es tan fácil juzgar estas acciones que ni siquiera prestamos atención al proceso por el que fueron prefabricadas. La dicotomía se apodera de nosotros y es cada vez más difusa la discrepancia entre creatividad y papelón.

En el preludio de la debacle – si es que se puede establecer un principio del fin – los testimonios candorosos de una tierra abrazada a la esperanza dejaban entrever quizá la trampa en la que estarían envueltos hasta el día de hoy. La tierra fue ultrajada. No había vuelta atrás. Era demasiado tarde para proyectar. Para qué pensar si se puede improvisar.

Han pasado ilusionistas de todo tipo. Algunos más buenos que otros, es cierto, pero todos sacando un conejo de la galera en el inicio y sacados a patadas al termino de sus actos. De esta manera, el sucesor inevitablemente iba a ser mejor. Son muy hábiles y cuentan con respaldo, aunque el truco inicial lo conocemos todos. Pero, ¿si la improvisación no funciona?.

A Alberto Fernández de mago le queda poco. Lo ha consumido la pandemia y su rutina hasta aquí la han marcado los dilemas – salud o economía, kirchnerismo extremo o moderación – de los cuales ninguno ha podido sortear de manera clara. Envuelto en encrucijadas, la improvisación, ya sea de manera voluntaria o no, se adopta como administración en esta situación inédita.

El ciclo clásico de desarrollo de este gobierno parece acelerado. Ha podido utilizar los momentos tétricos en dónde el desconcierto y la prudencia llamaban constantemente a la sociedad. El desfile por cuanto medio porteño se le interpusiera en su camino respondiendo las mismas diez preguntas con amabilidad y consternación. Pero, de repente, algo había salido mal. El truco no había funcionado y la legitimidad imperante se dilapidaba y con ella, el crédito otorgado. Del éxtasis a la agonía en un instante.

La agenda

La totalidad de esta situación no se le atribuye únicamente a Alberto Fernández. La posibilidad de enardecer el ambiente ante tanta pasividad conseguida retumbaba en los rincones opositores. Es interesante recordar que en el comienzo del aislamiento todos los diarios al unísono en sus tapas replicaban el tan lejano y optimista mensaje «Al virus lo frenamos entre todos». Ante un clima favorable, el avance fue inminente.

Fernández decidió empezar a «gobernar» detrás de la pandemia y Juntos por el Cambio vió allí una oportunidad. Era necesario inclinar la balanza y qué mejor que profundizar una grieta que prácticamente devoró la política argentina. Aunque está vez, la batalla sería interpretativa. La moratoria se transformó en Cristóbal, Vicentin automáticamente se convirtió en Venezuela y reforma judicial es sinónimo de impunidad para Cristina.

La conveniencia hace rato que es clara por parte de ambos bandos, pero lo que está sucediendo ahora es el intercambio de roles y la inclusión del gobierno en el terreno pantanoso de la obligatoriedad constante. Todas las pelotas quedaron en su campo.

Tal vez por eso, Fernández se ha inclinado en su momento a la administración de la pandemia, y que lo demás quede en el trasfondo. Que lo absorba la grieta. La grieta se lo tragó y lo devolvió en plan de desconcierto para un gobierno que quizás, a raíz de este revés, tome una agenda no apta para este contexto. Léase Cristina 2007-2015.

Las improvisaciones son bastantes. Desde las «prisiones preventivas», probablemente el cortocircuito originario con la clase media, hasta el impuesto a las fortunas o «el proyecto de Máximo», otra cruzada interpretativa perdida. Todos retrocesos que a base de malentendidos, responsabilidades tácitas y una sociedad a la que la enervan enérgicamente muchos personajes de este gobierno desembocan en manifestaciones como las que ocurrieron en las fechas patrias. Está en el gobierno tomar la actitud de jugar a ser oposición de la oposición o subestimarla y sumergirse en los detalles. Ambas lecturas condujeron a las grietas más repulsivas y penetrantes de los últimos tiempos en el 2013, 2015 y 2017. El resultado es conocido.

El malabarista Alberto, atado de pies y manos por su compañera, decide adentrarse en las contradicciones con anuncios poco transparentes y polémicos. El anuncio de la fabricación de la vacuna de Oxford en Argentina trajo consigo, a pesar de una extraordinaria difusión sobre otra de las grandes conquistas del Estado, más dudas que certezas. Nada nuevo. La insistencia de la soberanía a cargo de la relación del kirchnerismo con sus empresarios amigos. Después de los dichos del presidente y de Ginés en el anuncio patriótico que celebraba la contratación del laboratorio mAbxcience, propiedad de Hugo Sigman, para fabricar la vacuna; al día siguiente el propio Sigman se encargó de aclarar que se trata de un acuerdo entre privados. El Estado, por su parte, garantiza a un laboratorio privado la compra monopólica de lo que produce. Por si faltaba poco, el viernes pasado a través de Twitter, Alberto daba el puntapié inicial para la reactivación de una rivalidad insólita y que parecía erosionarse. Con el tweet que notificaba la declaración de servicios esenciales a internet, TV por cable y telefonía fija y móvil, el decreto parece haber apuntado a uno solo. De nuevo, bajo el pretexto de ser una ayuda al bolsillo en estos tiempos que corren, el gobierno volvió a resurgir tras la marcha para gastar todas sus energías en enfrentar a Clarín. Podrá tratarse de una lectura lineal, tal vez, pero el improvisador Alberto parece haber virado definitivamente, tal es así que volvió a atacar en un conflicto que él mismo dijo, vino a resolver. El kirchnerismo se planta nuevamente para enfrentar no a un partido político, sino a una empresa; modificando radicalmente las reglas de un mercado. Síntomas de la agenda anacrónica.

Esta jugada tiene similitudes con Vicentin. El acercamiento e intervención del Estado y el grado de sorpresa fueron característicos en estas dos medidas. El miércoles pasado, se llevó a cabo una reunión entre los empresarios del sector y el titular de la Enacom para fijar los nuevos precios ya que el congelamiento de precios vencía el 31. Aparentemente todos estuvieron de acuerdo, pero a los dos días salió el decreto, y todos se enteraron por el tweet del presidente. Es similar a lo que ocurrió con la presunta expropiación de Vicentin, ninguno de los implicados  fue notificado de la medida. Ni siquiera el gobernador Perotti.

La  repentización de las decisiones retrata la capacidad de Fernández de contener el ala más radicalizada de su frente, aunque las determinaciones estén plagadas de motivos íntegros y orgánicos, existen los momentos. Lo decía Milton Friedman: «Uno de los grandes errores es juzgar las políticas y programas por sus intenciones más que por sus resultados». Aquí no estaría sucediendo ni una cosa ni la otra.

Quedan conclusiones. Varias. Alberto y su gobierno se ven inmersos en la contraposición permanente, consecuencia de sus vastas improvisaciones. El desconcierto y la turbación ante la persistencia de una coalición que dejó tierra arrasada y ahora promete ser el partido de la «gente» es entendible. Lo que no se entiende es la habilidad de un gobierno para atraer disidencias a cada instante. Da la sensación de que es «otro» el que impone la agenda. Puede ser Juntos por el Cambio o Cristina. De esta manera, relato mata dato y Alberto queda en el aire haciendo malabares tratando de improvisar un gobierno moderado.

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